martes, octubre 25, 2011

Vivir

Hay una mujer que ronda mi cabeza estos días
Está muerta, pero me intriga
Pienso en ella a partir de nosotras, mujeres vivas, pero no tanto.
Pienso en ella a partir de estas vetas de desierto que emanamos de las venas.
Intento recordar de su mirada,  o de su sonrisa o sus palabras
Una única filtración que delatara hastío
Un mínimo arrepentimiento escapado en un suspiro
Una ausencia añorada que fuera más  allá de la de sus propios muertos
Desmenuzo memorias
Intento desentrañar los años compartidos
Para encontrar una sombra de ausencia de plenitud en ella
En su mirada
En los deslices de voces nunca ocurridos
Y sigo buscando
A pesar de los registros reales que no indicaban una vida de princesa
Que proyectaban dobles turnos de laburo
Hijos imperfectos y más imperfecto hombre a su lado
Pero reproduzco una y otro vez lo que grabaron mis oídos y raspo mis ojos
Intentando morbosamente desenmascararla   y no creerle
Pero no existe prueba arqueológica
Que lo demuestre
Ni registro que me lo pruebe
Y solo recuerdo convicción y una gran dignidad constante y anónima.
Solo recuerdo una especie de austeridad y amor.
Entremezclados en una silenciosa forma de vivir
En un mundo real,  no de anhelos.
En días de carne, comida y cuentas por pagar y no de  ideales dibujados con sueños imposibles e inventados.
Recuerdo consejos de elegir con el corazón, dejar ir
Y vivir con amor, y no una estúpida y eterna sensación de que en algún lugar debería haber más.
Porque allí estaba todo lo que ella había elegido. Y mantenía tenaz y serena
en el acierto o en el error, pero con convicción de vasca,  la defensa cotidiana de esa elección.
No hay nada abuela, que me haga pensar que tu mundo no era lo que querías.
Te extraño
Extraño tu coherencia, tu silencio y tu paz  palpable.
De vos quisiera llevarme
Vivir en la tierra.
Dejar de soñar.


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