martes, septiembre 22, 2009

Sapos y princesas 1



Casi viva, casi feliz.
Casi aquí, casi a punto de huir.
Solamente ser amada,
antes de partir.
Solamente amar y morir.




De sapos y prinesas 1

On one road.


Árboles, árboles, árboles, árboles,
Campo,
silencio, sol tibio,
árboles, árboles, árboles,
Puente,
árboles, árboles, árboles, árboles
galerías de árboles
árboles, árboles, árboles
y más árboles.



On the road 3

sábado, septiembre 19, 2009

Sin título

El agua resbalaba caliente por el cuerpo de Ana.
La voz de Faustao en la televisión la hacía sentirse con los pies en Brasil, definitivamente.
Recordó con nostalgia la última vez que había estado allí, en ese mismo hotel. Pero también recordó que aquella vez había sido diferente, pues la había acompañado Martín.
Inclinó su cuello hacia atrás dejando que el agua enjuagase su pelo.
Pasó sus manos por su cabeza y se miró el cuerpo desnudo. Se sintió satisfecha, aunque triste.
Cerró sus ojos y dejó que el agua corriera por su rostro, en una especie de ritual limpiador.
Rotó su cuerpo sobre un eje imaginario intentando que se calentara todo y cerró sus brazos, cruzándolos delante de su pecho.
Se sentía serena, aunque desolada.
Respiró profundo.
"Hinchando las costillas", se dijo, como lo decía la profe de pilates.
Y respiró más profundo, como si ese aire fuera la fuerza que necesitaba para cerrar la ducha y salir. Para cerrar la ducha, y seguir.


On the road 2

La Artesana

Era morocha, rellenita, su piel desgastada por el sol, reseca, agrietada.
Sus ojos negros profundos me miraron entrar a la capilla como si fuera yo su entretenimiento del día.
Me miró mucho, insistentemente, y me dio la bienvenida con una sonrisa amplia que me llegó al corazón, de algún modo.
Levantó del piso algunas de las piezas que tenía a la venta, desde virgencitas de porcelana, medallitas plateadas, hasta vestidos artesanales.
La miré con ternura. ¡Tan joven! ¡Y tan vieja!
“Seguramente tiene menos de treinta”, pensé.
Parecía haber vivido ochenta.



On the road 1

domingo, septiembre 13, 2009

Feliz año nuevo


La Terminal se me representaba como una película, con brillos y risas.

Gente llegaba. Gente se sentaba a esperar y gente partía a sus hogares a festejar año nuevo.

Nuevas gentes llegaban y partían.

Y mas personas llegaban y se iban.

Yo solo lloraba. Lloraba sin poder parar, lloraba inundando la tierra entera con mis lágrimas.

Lloré hasta medianoche, sola. La terminal ya en silencio era mi compañía, y afuera se escuchaban los fuegos artificiales.

Lloré esperando el ómnibus a casa. Solo necesitaba llegar.

sábado, septiembre 12, 2009

DECISIONES


Otro día más como los anteriores, no tenía ganas de salir para la fábrica.
Hacía muchos que, aunque caía destruido temprano en la noche, me despertaba cansado al amanecer.
Daba vueltas y vueltas en la cama, intentaba inútilmente volver a dormir, y finalmente, me levantaba agotado, como si hubiera pasado la noche en velo.

Esa mañana como todas, entré a la habitación de Ismael a darle los buenos días y él, ya en la alfombra, como siempre, gateando con mucha dificultad, intentaba de forma insistente alcanzar la lámpara de pececitos que estaba sobre el mueble de colores; el que yo había pintado cuando decoramos la habitación. Esa lámpara era un objeto de deseo inalcanzable para él, quien, curioso, siempre hacía innumerables intentos de llegar a ella.

—Pa-pá…

Se volteó con impotencia hacia mí, buscando ayuda y al obtener solamente una sonrisa como respuesta, me miró con cierta indignación, que le duró un segundo. Luego, derivó su atención a los cubos coloridos que estaban esparcidos por todo el piso, y se movió torpemente hasta el rojo.

"Es dulce, pero terco", pensé.

Sus ojos grandotes y negros, como dos bochones, me recuerdan a Ana. Y su sonrisa, que abriéndose de oreja a oreja forma esos pocitos en las mejillas, junto al brillo de su mirada, hace traslucir esa fuerza y alegría, igual que ella.

Recuerdo aquellas veces que en la cama, descalzos los dos, nos divertíamos con la idea de que nuestros hijos, tendrían pies tan feos como los nuestros.

"Pobre Isma, realmente sus piecitos son horribles", me dije sonriendo.

La extraño. Intento tener presente todas sus indicaciones y consejos, pero temo olvidar algo. Temo que al pasar el tiempo se desvanezcan tantas risas. Tanto amor.

Ismael a mis pies tira de mi pantalón. Me acuesto en el piso, lo tomo en mis brazos y le hago cosquillas. Él ríe a carcajadas, como lo hacía ella. Lo amo.

Agradezco a Ana una vez más aquella decisión.

Una lágrima cae por mi mejilla, y me avergüenzo, ya que ella siempre se burlaba de mí, cariñosamente, por ser demasiado emotivo.

Isma, sobre mi pecho, balbuceando otro papá, me toca el cachete, como si supiera el significado de esa gota, que ya no está.

Lo abrazo. Volvemos a jugar.
Imagen prestada de:

DE MI AZOTEA

Imagen prestada de: http://www.ultimahora.com/adjuntos/imagenes/000/139/0000139883.jpg

Con la necesidad de captar vidas para mi vida sin vida, me he transformado en un voyerista incansable y sediento de sensaciones de otros.

Estaba sentado esta vez en mi propia azotea del décimo piso, con el binocular en la mano. Eran las dos y media de la madrugada de un martes, y espiaba los techos y ventanas de Montevideo para ver amor, familias o pleitos, pero la mayoría estaban ya con las luces apagadas.

"La gente dormiría por ser un día hábil", pensé.

De repente allí, a dos cuadras de mi casa, en una de las dos ventanas iluminadas de un edificio, que no se si era en el cuarto o quinto piso, vi como él le pegaba a aquella chica que parecía ser su mujer.

Estaban en el living del departamento. Ella tenía en sus brazos a un bebé, yo no percibía si era niña o niño, tampoco pude escuchar por la distancia. No pude escuchar si hablaban o discutían, ni si ella gritaba o lloraba.

Yo solo permanecí allí, con mi binocular tan fuertemente apretados al rostro que me dolían los ojos. No podía apagar esa película que se presentaba frente a mí.

El levantó su brazo tres veces y le pegó en el rostro con total brutalidad. Ella arqueando sus hombros intentaba solamente envolver con sus brazos al bebé.

"Para que no llegaran a él las agresiones", imaginé. "O para que no grabara el recuerdo de ellas, quizás"

Yo permanecí paralizado por el horror, y sin poder hacer nada. Por la vergüenza de estar allí, me quedé sentado en la azotea de mi propio edificio, hipnotizado.

El hombre tambaleándose del living al dormitorio, donde solamente estaba encendida una veladora junto a la cama, se dejó caer como piedra y pareció quedar profundamente dormido.

Ella, aún en el living, con la televisión prendida, se sentó en un sillón que estaba junto a la ventana —marco de mi escena— y se quedó allí. Se quedó con el bebé en sus brazos, mirando hacia afuera, en mi dirección, como si me viera; como si supiera que yo estaba allí, testigo silencioso... e inútil.

INDOLENCIA

Era medianoche, de esas, en las que algo falta. En la computadora, intentaba dejar volar mi imaginación, motivar a mis dedos a que me ofrecieran más que la habilidad de dejar los platos limpios, como todas las noches desde que había renunciado al trabajo.

Desde la cocina se sentía el tic tac, tic tac, tic tac, del reloj, herencia de la abuela.

Intentaba escribir…

El vecino del piso de arriba caminaba, de un lado al otro. Sus pasos me desconcentraban, parecía que sus zapatos fueran los tacos de una mujer que en el silencio de esa noche inerte, producían un golpeteo que me resultaba insoportable, irritante. La madre del chico movió un mueble, y para completar, no se por qué a esa hora, lo que no era habitual, se escuchaban pasar muchos autos afuera.

Estaba ya a punto de desistir de lograr un poco de motivación cuando de pronto un motor se apagó, frente al edificio. Dejé la computadora, abandonando mi esfuerzo, apagué la luz, y fui a la ventana a husmear quien sería.

Allí estaba estacionado un 206 rojo y dentro se podía ver a una pareja. Pensé que se estarían despidiendo, me quedé mirando, curiosa, deseosa de historias que contar. Pero no parecían tener ganas de separarse, por lo menos no él.

Sentada del lado del acompañante estaba una joven, con su espalda recostada en la puerta del auto. La ventana estaba abierta, y él sobre ella, la besaba con insistencia. En vano, ella lo empujaba intentando alejarlo, pero él hacía fuerza para no salirse de encima de su cuerpo.

En un momento, en una especie de sobresalto, la chica se incorporó e intentó abrir la puerta, pero su acompañante no la dejó y puso su mano sobre su pecho, desgarrando su ropa, lo que me permitió ver su piel desnuda. La chica cruzó sus brazos cubriéndose, y alcancé a oír una especie de grito, ahogado por los labios de él.

Permanecí paralizada, sin poder alejarme de la ventana.

“¿Debo bajar? ¿Debo llamar al 911?”, me preguntaba angustiada.

Pero mi morbo deseaba más continuar allí, observando, y entreabrí la ventana para ver si también podía escuchar.

Y escuché, una especie de sollozo, y movimientos de cuerpos incómodos sobre los asientos, que me confundían, me inquietaban. Él sobre ella parecía no querer detenerse, y sentí que le decía:

—Hace mucho que me provocas, no te hagas a la que no te gusta, los dos sabemos que también queres.

Aquello me sonó a ordinariez, pobreza y cobardía.

Ella intentaba de forma sutil; supongo que para que no la escucharan los vecinos, desembarazarse de aquel hombre, bastante mayor que ella; con quien quizás, realmente había estado jugando, pero sobre quien parecía ya no tener ningún control.

Desde la ventana pude ver que él estaba a punto de lograr lo que se había propuesto, quise quedarme. No sabía realmente si me correspondía salir a defender a aquella mujer, o si ella estaba también jugando un juego de seducción.

Estaba perpleja, excitada, quería ver.

Mi ética me decía que tenía que enterarme de lo que realmente sucedía y hacer algo.

Me di vuelta, cerré mi ventana, decidí que esa noche, debido a los inconvenientes, no sería día de relatos. Y me fui a dormir.

martes, septiembre 08, 2009

Algunos de Historio personal

SEGUNDOS

Su respiración era muy irregular, imperceptible. Yo, acostada a su lado en la cama, lo miraba. Cuidándolo, esperaba.

En casa había mucha gente, pero en el cuarto solo los tres.

La abuela Aída estuvo allí, en el sillón viejo marrón, se quedó siempre a mi lado, también mirándolo, y cuidándome.

Con temor puse mi mano en su pecho, lo escuchaba, lo sentía.

Pensé lo terrible de nunca haberle dicho que lo amo, por orgullosa, por rebelde.

—Te amo papá—susurré tímida y avergonzada cerca de su oído. En la ilusión de que me escuchara.


EL ADIOS

Mamá estaba sentada a mi lado.
El murmullo continuo de personajes que alternaban sus presencias no dispersaba mi atención. Tampoco la puerta que se abría y cerraba a cada segundo en otra habitación.
Mi mirada, siempre estuvo fija en él, y en los que se acercaban para despedirse.
Desde el pasillo se colaba el usual aroma a café de estos eventos, mezclándose con la inevitable presencia floral.
Una señora se acercó a él y lo tocó en el rostro, con intimidad.
No sabíamos quien era.
Bromeé con mamá.
—¿Esta no será una amante mami? Un poco averiada la señora, mal gusto tenía papá.
Mamá sonrió avergonzada y entre risas nerviosas me dijo:
—Laurel, qué horrible, no hagas eso.
También reí, negándome el dolor, solo por un instante, del que desperté.

domingo, septiembre 06, 2009

Gracias

Ayer me acosté conflictuada...

Cúal es el sentido de la existencia.
Por qué la gente le tiene tanto miedo a la muerte.
Yo no le temo a la muerte,
Hasta he aprendido a mirarla con cierto cariño,
Es que nos hemos mirado a los ojos tantas veces...

Pero sí le temo a una vida intrascendente,
A una vida aburrida
A una vida sin saltos, sin muertes, sin fuertes alegrías y fuertes tristezas.
Le temo a la monotonía, a la apatía.

Y de esto se trata saltarse de la rueda, salirse de la calesita, dejar de estar día a día, hora tras hora sin reaccionar, sin que el alma aprenda a gritar cuando tiene hambre.

Pienso en quienes me ayudan en esto tan complicado de descubrir como vivir
y me vienen a la cabeza pocas, muy pocas personas, porque a las demás las veo sentadas en esos caballitos de colores, persiguiendo zanahorias virtuales, girando, girando y girando.

A esas pocas personas que me ayudan a saltarme a un costado y ver que lo que importa es lo que importa y no hay dudas de eso pues el estómago te lo confirma.

Solo puedo agradecerles , porque los admiro, porque me despiertan, porque me permiten seguir inquieta, seguir buscando, seguir descubriendo, seguir dudando.

Y a los demás los quiero, los amo, pero los invito a salirse de esa calesita, a "ver", a dejar de perseguir zanahorias imaginarias, porque nunca se alcanzan, no son más que zanahorias y el alma es mucho más.

sábado, septiembre 05, 2009

Escribir


No es posible escribir sin sincerarse,
si se muestra solo el disfraz,
temiendo a la exposición del alma.
Si se hace imposible desnudarse,
por temor a ser juzgado,
por terror a herir.

El destino es el fracaso si se elige la superficialidad,
si solo se és en el interior,
y se finge que no existe sustancia.
Si por no ser una carga demasiado pesada
se abandona al propio espíritu,
para transformarse en un payaso inconsistente y trivial.

No es posible escribir,
sin profundizar en el andar cotidiano,
si al sentir, que un vestigio de autenticidad,
empuja la piel para salir,
esta se engruesa voluntariamente,
resistiéndose a dejar al descubierto
cualquier rastro de fragilidad,
por temor al dolor, por terror al abandono.

Imposible escribir así, imposible


viernes, septiembre 04, 2009

Suspenso en la rambla


Era sábado de 21 k.
Todos los sábados corría de Parque Rodó a Malvín, ida y vuelta.
Justamente estaba dando la vuelta cuando sentí el primer retorcijón.
Me quedaban diez quilómetros de regreso a casa pero me tranquilicé recordando que había ido al baño antes de salir, por lo tanto solo podía ser una falsa alarma.
Seguí corriendo.
Ya de vuelta, y a la altura de Buceo, otro retorcijón me indicó que el asunto iba en serio.
Miré las chircas al costado del puertito. Instantáneamente, los edificios al costado de la rambla me hicieron ver que esa no era una opción posible.
Intenté pensar en otra cosa, miré el río… la gente, el día que estaba lindo, y recordé que a la altura de Pocitos estaban los baños químicos de temporada.
Empecé a apurar el paso, cuando otro retorcijón artero seguido de otro y otro, pusieron a prueba todo mi control físico y emocional.
Empecé a desencajarme y a correr desesperado para llegar a Pocitos.
El golpe fue brutal cuando en el lugar de los baños químicos, no vi más que arena. Durante la semana los habían sacado por el final del verano.
Pensé muchas cosas en pocos segundos.
Se mezclaba en mi cuerpo la transpiración producto de correr, con la que derivaba de mis nervios por el temor de lo que parecía inevitable.
Pensé subir una cuadra a algún bar, pero estaba seguro de que la vergüenza sería peor si no llegaba y al accidente lo tenía en el medio de la gente, en la calle.
Miré la arena.
Pero eran las diez y media de la mañana de un sábado soleado y la rambla estaba llena de gente haciendo ejercicios y paseando a sus perros.
Ya, totalmente fuera de control, seguí corriendo buscando la mejor alternativa. Pasé el Nautilus y corrí hasta las rocas donde había una palmera y cuando me estaba bajando el short, justo en la bajadita, vi a un indigente durmiendo tirado en ese lugar.
En un intento desesperado por mantener mi dignidad corrí tres cuadras mas hasta el Viejo y el Mar, me fui atrás de las rocas donde había un hueco, pues seguramente a casa no iba a llegar.
Agachado miré hacia arriba y tenía en frente a toda la platea de edificios de la rambla, donde seguramente el público de aquella escena, que la veía como ajena a mi, era numeroso.
No supe que hacer, y ya no tenía nada mas que hacer.

miércoles, septiembre 02, 2009

Nubes, como se ven


Desde una reposera, con una caipirinha helada, en unos de esos paraísos de Brasil, con el sol golpeando fuerte los poros de mi piel, las nubes se veían así, sin nada de ganas de volver....

Nada mas

Paro, y pienso.
Quiero correr, correr, y me detengo.
Quiero insultar, y sonrío
Quiero gritar, paro y respiro.
Y voy así,
Esquivando los líos
Defendiendo mis destinos,
Apostando a que todo es divino.
Y me golpeo la frente contra el puño de alguien
Y lo miro
Intentando entender cual sería su motivo
Pero no entiendo,
No consigo...

Un mundo - 2-9-09



Tengo este mundo, mi mundo,
Dentro de esta burbuja que antes creía de acero.
Pero la burbuja es de jabón
Y los jardines coloridos de mis ilusiones y sueños,
Ven a través de esa fina capa transparente, hacia afuera.
Y mis sueños vuelan en ese globo, felices en ese cielo celeste entibiado por el sol.
Pero ven, que allá, fuera de nuestras fronteras de paz y calor.
Acechan aquellos, mis temores.
Ellos se tiran contra nuestra burbuja, me atormentan, me golpean.
Y dudo, dudo si este mundo, mi mundo colorido y tibio es verdadero.
O solamente creaciones de mi espíritu
Necesitado de descanso y cobijo.
Pero no me convenzo, y afino la mirada, y analizo.
Y me recuesto en el pasto verde intentando ignorar lo que presiento.
Pero afuera, continúan ellos, mostrándome a través de esa película indeleble
Que este mundo, es solo mío.

Indecisión



El cajón era ajustado. Miré a la derecha, y a la izquierda, pero solo pude ver la seda acolchonada color rosa. No me podía mover.

El perfume penetrante de las flores me producía un cosquilleo insoportable. Sin verlas, sentía estar en un jardín inundado de aromas que solamente empeoraban mis recientes alergias.
"Lo peor de los velorios siempre fueron las flores", pensé deseando poder mover mis manos para rascarme la nariz, pero ni un dedo se movió.

Mi mente ensayaba acciones y daba órdenes, que mi cuerpo, indiferente, estaba resuelto a ignorar. Pero al final, terca, mi mente resolvió escapar, y subí.

Subí, con la intención de alejarme. Subí curiosa, queriendo recorrer el pasillo desplegado ante mis ojos virtuales. Subí feliz, sin querer ver quien quedaba, sin querer recordar nada. Al subir, sentí llantos, sentí murmullos, pero no quería mirar atrás.

Subí un poco más. Algunas personas me llamaban sonrientes, de más arriba. Quería seguir. Parecía ser ese el mejor camino, sentía que era el mejor camino. Pero no resistí, y paré. Paré un instante, flotando a dos metros del suelo.

Volteé por un segundo mi mirada hacia abajo y allí estaba. Sentada junto al cajón, inmóvil, sin llorar, con la mirada perdida en algún punto de la blanca pared de la sala, en una especie de transe, sin hablar… mamá.

Miré rápido hacia arriba intentando ignorar, y aquellas personas seguían allí, esperándome, llamándome por mi nombre. Entre la multitud, apareció él, sonriendo, con sus ojos verdes y sus brazos fuertes estirados hacia mí, en una invitación a seguirlo, a reencontrarme con él. Me sentí feliz, me sentí niña nuevamente y más que cualquier gloria que pude haber deseado abajo, deseé la profunda seguridad de su abrazo paterno, hace tanto olvidado, hace tanto anhelado.

Miré hacia abajo nuevamente, un segundo más, solo un segundo más antes de seguir.
"Nada más que un segundo", me dije intentando no dudar.

Pero allí, sentado junto a ella, estaba él, inmóvil, con la mirada fija en el piso, indiferente a la gente que estaba en el salón, indiferente a todo. Mi hermano.

La culpa y la pena envolvieron mi alma.

Lágrimas cayeron de algún profundo lugar de mi mente etérea y quise volver a abrazarlos, quise volver, quise volver. Pero no pude.



2/09/2009  - En taller Gabriela Onetto - Disparador - Textos de famosos Era sobre un cementerio.

Momentos triviales

—Ahora la Adriamicina, un poco de suero y después paso—dijo la enfermera.

"Ufa, la Adriamicina es la que arde", pensé.

—Bueno, no importa—dije casi susurrando.

Miré hacia el costado, al otro cubículo, el de la derecha, y allí estaba él, sentado en la camilla. A sus siete años, sonreía y jugaba. Él a la mariposa la tenía en el pecho, no en el brazo como yo. Sonreía y jugaba, y yo allí, solemnizando esos momentos triviales.

El papá a su lado sonreía, pero de otro modo, con otro color en sus ojos, con otro brillo.

Mi silla era cómoda, marrón.

Con el señor del cubículo de la izquierda, que tenía la mariposa en el brazo como yo, nos miramos y miramos al niño, y nos miramos, y miramos al niño.

En su rostro me pareció ver lágrimas, no estaba segura.

Miramos al niño, y nos miramos.

Empecé avergonzada a moquear, en silencio, disimulada. Las lágrimas empapaban todo, sin ruido.

Vino la enfermera.

— ¿Vos también sensible? El señor de ahí también. ¿Qué pasa hoy?

—Es el niño —le dije —No puedo.

***

Estaba en el ómnibus, sola, camino a casa, moqueando. Las lágrimas empapaban todo...

El niño no lloraba, sonreía. Y yo solemnizando estos momentos triviales.

martes, septiembre 01, 2009

Despedida


El lugar, un boliche nocturno cualquiera de la ciudad de Montevideo. El momento, exactamente ese, en el que están por retirarse las mesas para dar lugar a la pista y dejar algunas pocas a los costados de la misma.

Ahí estábamos, mis cuatro compañeros de trabajo y yo.

En una mesa de al lado había una pareja que conocíamos, el Sr. Raúl y su señora, que se ofrecieron a llevarnos en su auto a algunos de nosotros cuando se fueran, porque pasaban por nuestra ruta.

Estábamos pasando bien, la música era agradable, conversábamos y nos reíamos. No eran muchas más las personas en el lugar, porque era verano y la gente no estaba en la ciudad.

Miramos a la puerta y estaba entrando Pablo, Pablo Estramín. Vestía unos jeans y una remera beige y observaba a su alrededor, como evaluando el lugar.

Todos sabíamos el momento por el que estaba pasando y no pudimos evitar ser indiscretos, lo miramos sin reparos. El nos vio y como no estaba lleno el lugar, vino a saludarnos.

Nos dio la mano a cada uno, con una paz fácil de percibir, pero difícil de entender. Nos sonreímos y él también. Se sentó al otro extremo de la mesa, más cerca de la mesa del Sr. Raúl. Entre él y yo hubo determinada conexión visual intensa que identifiqué como la complicidad de dos personas que vivieron una historia similar. Pero Pablo no me conocía, no sabía quien era yo, no podía saber de mi vida, no parecía lógico ese pensamiento, pero algo así sucedió.

El rato pasó rápido, ameno, divertido. Raúl y su señora a veces se daban vuelta curiosos por nuestras risas, y otras mas, participaban de nuestra charla. Yo no entendía por qué no se unían finalmente a nuestra mesa, si parecían realmente interesados en estar con nosotros.

Pablo pasó bien, como si hubiera olvidado y solo se ocupara de vivir el presente. Pero si te detenías seriamente a observarlo, podrías ver en la profundidad de su mirada, que algo importante sucedía.

Raúl se levanto y dijo:

— ¿Los llevo?

Y así todos nos fuimos levantando y uno a uno se fueron despidiendo de Pablo, que estaba aun sentado.

Yo estaba mas lejos, fui la última, me acerqué y lo fui a saludar.

Cuando me incliné para hacerlo él se paró...muy lentamente…demasiado lentamente, como si el tiempo se detuviera. Y sin que yo tuviera la oportunidad de reaccionar, cruzó su brazo por detrás de mi cintura en un abrazo.

Yo sonreí, cerré mis ojos y sentí que él me llevaba, casi levantando mis pies del suelo, hacia donde yo creía que era la puerta de salida.

Le pregunté: — ¿Me vas a llevar así hasta el auto de Raúl?
El me contestó: —Raúl ya se fue, y tus compañeros también.

Sonriendo por pensar que se trataba de una broma de Pablo, abrí un segundo mis ojos y pude ver que estábamos en la pista. En el lugar ya solo quedábamos los dos y un grupo de músicos en el escenario, que tocaba un tema muy lento, realmente lento, instrumental, para que las voces de otros, no opacaran nuestra comunicación silenciosa.

Sentía que los brazos de Pablo me sostenían tan fuerte que me hacía casi doler, pero era el dolor más gratificante que había sentido.

Volví a cerrar los ojos y me dejé llevar por él, en ese abrazo profundo de dos personas que saben que ese es el único momento, fugaz, que tienen para estar juntos.

Y en ese abrazo profundo me hizo bailar, muy suave, con él. La noche, el lugar, la orquesta y las luces eran nuestras.

Recuerdo mis pies descalzos en puntitas, siguiendo sus lentos pasos, casi sin movernos, bailando. Mi rostro sobre su hombro y él muy firme, un hombre silencioso, fuerte, tan profundo como aquel abrazo que me quedó guardado en el alma.-




Aclaración: Fotografía de: https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiysNpRqWfX7F2poehAz9Sxr_Jsukxbkmr1WrVTmHKSAAx2pha3sY6T2aSMEn7g3SOstbwKYOgEgwQ0JK7_UYKURuf13v2AvghwtG90WtThxqs-HU_2s3ohzyGqejw5WTpt70Ys-vZwd-8/s1600-h/abrazo1.jpg

Identidades

Vivir en la frontera siempre fue muy difícil
Flaca para el lado norte, gorda para el sur.
Demasiado alegre para el lado sur
Pero demasiado seria para el norte
Vestida insulsa para el norte,
Cuando sería extravagante para el sur.
Esa línea fronteriza genera complejos procesos mentales
Y es la responsable de mi profunda neurosis.
Me fui.
Me fui de la frontera a encontrar mi identidad.
Finalmente fui flaca donde debí serlo
Seria donde todos ya lo eran
Y me vestí sobria donde todos ya lo hacían.
Maté mi alma fronteriza ambigua y de colores, dejé de ser mil y fui una.
Pero hoy la frontera me persigue y me despierta.
Y quiero ser ambigua aunque todos sean coherentes.
Y camino por el borde, y me desvío.
Esta frontera permanente en la que vivo
Es la que complica más mi vivir, pero lo ensancha.
Es mi frontera, mi verdad.
Y para no dejar de ser ambigua,

hoy soy gorda en tierras de flacos,
Demasiado alegre en el sur.
Y demasiado extravagante lejos del norte que extraño.