viernes, septiembre 04, 2009

Suspenso en la rambla


Era sábado de 21 k.
Todos los sábados corría de Parque Rodó a Malvín, ida y vuelta.
Justamente estaba dando la vuelta cuando sentí el primer retorcijón.
Me quedaban diez quilómetros de regreso a casa pero me tranquilicé recordando que había ido al baño antes de salir, por lo tanto solo podía ser una falsa alarma.
Seguí corriendo.
Ya de vuelta, y a la altura de Buceo, otro retorcijón me indicó que el asunto iba en serio.
Miré las chircas al costado del puertito. Instantáneamente, los edificios al costado de la rambla me hicieron ver que esa no era una opción posible.
Intenté pensar en otra cosa, miré el río… la gente, el día que estaba lindo, y recordé que a la altura de Pocitos estaban los baños químicos de temporada.
Empecé a apurar el paso, cuando otro retorcijón artero seguido de otro y otro, pusieron a prueba todo mi control físico y emocional.
Empecé a desencajarme y a correr desesperado para llegar a Pocitos.
El golpe fue brutal cuando en el lugar de los baños químicos, no vi más que arena. Durante la semana los habían sacado por el final del verano.
Pensé muchas cosas en pocos segundos.
Se mezclaba en mi cuerpo la transpiración producto de correr, con la que derivaba de mis nervios por el temor de lo que parecía inevitable.
Pensé subir una cuadra a algún bar, pero estaba seguro de que la vergüenza sería peor si no llegaba y al accidente lo tenía en el medio de la gente, en la calle.
Miré la arena.
Pero eran las diez y media de la mañana de un sábado soleado y la rambla estaba llena de gente haciendo ejercicios y paseando a sus perros.
Ya, totalmente fuera de control, seguí corriendo buscando la mejor alternativa. Pasé el Nautilus y corrí hasta las rocas donde había una palmera y cuando me estaba bajando el short, justo en la bajadita, vi a un indigente durmiendo tirado en ese lugar.
En un intento desesperado por mantener mi dignidad corrí tres cuadras mas hasta el Viejo y el Mar, me fui atrás de las rocas donde había un hueco, pues seguramente a casa no iba a llegar.
Agachado miré hacia arriba y tenía en frente a toda la platea de edificios de la rambla, donde seguramente el público de aquella escena, que la veía como ajena a mi, era numeroso.
No supe que hacer, y ya no tenía nada mas que hacer.

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