sábado, septiembre 12, 2009

INDOLENCIA

Era medianoche, de esas, en las que algo falta. En la computadora, intentaba dejar volar mi imaginación, motivar a mis dedos a que me ofrecieran más que la habilidad de dejar los platos limpios, como todas las noches desde que había renunciado al trabajo.

Desde la cocina se sentía el tic tac, tic tac, tic tac, del reloj, herencia de la abuela.

Intentaba escribir…

El vecino del piso de arriba caminaba, de un lado al otro. Sus pasos me desconcentraban, parecía que sus zapatos fueran los tacos de una mujer que en el silencio de esa noche inerte, producían un golpeteo que me resultaba insoportable, irritante. La madre del chico movió un mueble, y para completar, no se por qué a esa hora, lo que no era habitual, se escuchaban pasar muchos autos afuera.

Estaba ya a punto de desistir de lograr un poco de motivación cuando de pronto un motor se apagó, frente al edificio. Dejé la computadora, abandonando mi esfuerzo, apagué la luz, y fui a la ventana a husmear quien sería.

Allí estaba estacionado un 206 rojo y dentro se podía ver a una pareja. Pensé que se estarían despidiendo, me quedé mirando, curiosa, deseosa de historias que contar. Pero no parecían tener ganas de separarse, por lo menos no él.

Sentada del lado del acompañante estaba una joven, con su espalda recostada en la puerta del auto. La ventana estaba abierta, y él sobre ella, la besaba con insistencia. En vano, ella lo empujaba intentando alejarlo, pero él hacía fuerza para no salirse de encima de su cuerpo.

En un momento, en una especie de sobresalto, la chica se incorporó e intentó abrir la puerta, pero su acompañante no la dejó y puso su mano sobre su pecho, desgarrando su ropa, lo que me permitió ver su piel desnuda. La chica cruzó sus brazos cubriéndose, y alcancé a oír una especie de grito, ahogado por los labios de él.

Permanecí paralizada, sin poder alejarme de la ventana.

“¿Debo bajar? ¿Debo llamar al 911?”, me preguntaba angustiada.

Pero mi morbo deseaba más continuar allí, observando, y entreabrí la ventana para ver si también podía escuchar.

Y escuché, una especie de sollozo, y movimientos de cuerpos incómodos sobre los asientos, que me confundían, me inquietaban. Él sobre ella parecía no querer detenerse, y sentí que le decía:

—Hace mucho que me provocas, no te hagas a la que no te gusta, los dos sabemos que también queres.

Aquello me sonó a ordinariez, pobreza y cobardía.

Ella intentaba de forma sutil; supongo que para que no la escucharan los vecinos, desembarazarse de aquel hombre, bastante mayor que ella; con quien quizás, realmente había estado jugando, pero sobre quien parecía ya no tener ningún control.

Desde la ventana pude ver que él estaba a punto de lograr lo que se había propuesto, quise quedarme. No sabía realmente si me correspondía salir a defender a aquella mujer, o si ella estaba también jugando un juego de seducción.

Estaba perpleja, excitada, quería ver.

Mi ética me decía que tenía que enterarme de lo que realmente sucedía y hacer algo.

Me di vuelta, cerré mi ventana, decidí que esa noche, debido a los inconvenientes, no sería día de relatos. Y me fui a dormir.

No hay comentarios:

Publicar un comentario