martes, noviembre 29, 2011

Autocrítica - reflexiones


Yo quiero. Normalmente quiero. Por defecto tiendo a la ternura.
Me resulta inevitable. Quiero de forma anticipada, de la nada, o de algo que no es demostrable. Viene. No sé de donde, y me dice: “a esta persona la vas a querer” y la quiero.

Siempre me maravillo cuando se aparecen esos personajes  como por arte de magia, y pienso, “esta persona trae algo importante para mí"!!!, y espero su huella en mi piel, en mi alma,  y segura  siempre de eso,  sonrío en bienvenida, contenta,  con mi alma expectante, aunque a veces no con mi rostro, aunque casi siempre sí,  porque en realidad yo siempre sonrío, por defecto también.

Pero si, les sonrío porque me fascino, siempre me anticipo en el afecto, aunque me defienda también de forma anticipada, a veces. (todos guardamos cicatrices).  Y la gente se me incrusta en el alma. El mendigo de la esquina de todos los días, el taxista  que me lleva al trabajo, el mozo del bar, la guardia del ómnibus. (No mucho los choferes, no sé mucho por qué).La cajera de la mutualista. La enfermera que me cura.  Cualquier desconocido en general.

Tiendo a querer y me sale.  Cada uno de esos personajes que se cruzan por mí aunque no les guarde el nombre, en ese transitorio instante de encuentro, se llevan mi cariño y son como familiares o amigos,  o grandes amores, que posiblemente nunca partan del puerto de la simple potencialidad o nunca lleguen a destino.   Pero sí, me enamoro en general de todos y siento como si esas personas hubiesen estado en mi vida, por siempre. Les hablo con la  familiaridad de una  hermana, o de una amiga,  con la contención de una madre, en algunos casos con la confianza hasta de una compañera de vida, esposa, amante. Sin dobleces,  llana, lineal hasta el punto del  desencanto por mi ausencia de misterio o estrategia, diría. (porque a la familia o una compañera de vida no las concibo con estrategias, y  es como si  con esos extraños perfectos, hubiésemos estado conectados por siempre). Y casi siempre el cariño encuentra nuestras almas y esos pequeños instantes de conexión, son caricias al corazón. 

Pero,  algunas, muy pocas veces,  me quedo varada en la mitad de esos puentes  que inconscientemente  construyo, me quedo mirando la otra orilla, descolocada, perdida, emprendiendo retirada.  Pero  quien sabe no está bien en esta vida ser  siempre tan descubierta, quien sabe algunas almas necesitan distancias, conservar sus guaridas.  Pero esas  pocas veces igual,  me pierdo, me quedo con eso que nace,  desbordándome,  y debo esperar que el tiempo restablezca el equilibrio alterado por esa ternura mal parida.   Pero sigo. Tendiendo a la ternura. Porque así soy, por defecto.

¿Será que  también esas pocas veces, son las mismas que me defiendo y a los puentes,  por miedo,  los  dejo...
  a medio construir? 

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