domingo, agosto 30, 2009

Sotes

La luz estaba tenue, el lugar aún vacío.
Sobre una de las mesas, en un rincón cerca del baño estaba ella, sentada.
La caja de zapatos forrada con papel de regalo rojo, con maripositas amarillas dejaba ver viejos sobres, fotos deterioradas, y una flor seca.
Ella tomó entre sus manos un carné celeste, de los que se usaban hace treinta años en la primaria, con el rostro de Artigas en la tapa.
Sonrió mirando los sobresalientes en cada uno de los casilleritos correspondiente a cada asignatura. Sus ojos brillaron con la alegría de aquella niña inteligente que siempre había obtenido las máximas notas con el mínimo esfuerzo. Sonrió sintiéndose exitosa, sonrió saboreando el triunfo de haber sido la mejor, siempre.
Jorge, detrás del bar la miró con ternura.
Ella bebió de un sorbo el vasito de grapa miel, lo miró y levantó el vaso, pidiendo más, con amabilidad, con afecto.
De la cajita sacó fotos y pasó una a una, deteniéndose como siempre en la misma, y apoyando como siempre la palma de su mano sobre la imagen, como queriendo contactar los calores y los afectos que aquella foto le regresaba.
Se tomó de un sorbo la segunda servida de grapa y miró a Jorge, con una sonrisa.
Le hizo una guiñada y él le sonrió con complicidad.
Ella miró la hora y rápidamente guardó la foto en la caja, abrió el carné nuevamente y sonrió feliz, por su incuestionable inteligencia.
Respiró hondo, llenó sus pulmones de fuerza y se paró.
Caminó elegante hasta la barra y bebió la tercera servida de grapa que ya estaba allí, para ella.
Le dejó la caja a Jorge que la guardó debajo de un cajón de cerveza, como siempre.
Se desprendió el tercer botón de la camisa blanca transparente, se subió las medias caladas negras, respiró hondo, se inclinó, acomodándose la micromini, subiéndola un poquito para dejar al descubierto parte de sus firmes muslos, y caminó altiva hacia la calle, con su mentón levantado, y sus pulmones llenos de fuerza.

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